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Cuando inicio el Camino de Santiago detecto que está señalizado con flechas amarillas pintadas toscamente sobre piedras, arboles, tablillas, vallas, muros y otros soportes. Algunas se conservan bien, nítidas y perfiladas pero son más las que están desechas por la continua acción de la naturaleza, sin dejar por ello de mostrar su dirección.
Una vez en Santiago descubrí que este signo es hoy todo un símbolo del Camino, objeto de inspiración por parte de diseñadores e impreso en todo tipo de soportes, camisetas, pulseras, etc. que los peregrinos adquieren como recuerdos y presentes.
Allá por el año 1993, sin conocimiento de lo anteriormente expresado (que ya era) realicé una serie de pinturas sobre el laberinto, serie a su vez que procedía de otra sobre la simbología conceptual del juego de la Oca y esta a su vez de una tercera en la que lo concreto era invadido por lo abstracto en estrecha confusión , las tres procedían de la tierra, de la materia, construidas con texturas abigarradas, compuestas de resinas subyacentes en amalgamas con arenas, piedras polvoreadas, acrílicos y aceites que se solidificaban en esparcidos territorios de manera equilibrada desde lo caótico.
En mi caso cuando iniciaba una serie de trabajos solía llegar a un punto en el que denotaba cierto aburrimiento en ese hacer, produciendo un cuadro en el que parecía alcanzado el objetivo (sin saber cual) y a partir de entonces comenzaba un nuevo camino, un alejamiento de lo anterior, otra dirección, ya fuera en cuanto a lo evidente técnico-físico o sobre el contenido metafísico.
En la serie del juego de la Oca (1992) el hecho descrito en el párrafo anterior ocurrió en el cuadro “Del laberinto al treinta” (una de las dos pinturas de esta serie que aún conservo en mi poder)y en otro en el que pinté una abstracción amarilla que hoy he rebautizado “La Huella de la Oca”. En la serie del laberinto (1993) me ocurrió con el titulado “El árbol del laberinto (Humor Amarillo)” en este cuadro se muestra un laberinto sin fin o más bien un mundo que es todo laberíntico, por lo tanto sin entradas ni salidas, un vivir en él, pero si algo diferencia este espacio difícilmente habitable es la naturaleza que en él vegeta; la fuente de vida ,el oasis; del espejismo dibujado superficialmente en la primera obra de la serie de el laberinto paso finalmente a este concreto árbol ciprés, sempervirens del espíritu, de la tierra, del agua que lo alimenta, del frescor que produce su verde perenne , de su fruto en nuez , el árbol que cura, el que purifica sangre y aire.
En el extremo inferior izquierdo del cuadro pinté una flecha amarilla, esta fue en su día (hablamos de 1993) la razón del sobretítulo de la obra “Humor amarillo” que significa el camino a seguir, paradoja del sin sentido frente a este laberinto vital. Así me reía hasta lo indecible de la posibilidad de encontrar el camino del laberinto simplemente siguiendo una señal amarilla. Y aquí, doce años después, al principio del camino de Santiago (dentro de mi propio laberinto) comienza esta dulce y hermosa obsesión con esta flecha clara y dorada que me conducirá sin perderla.